Diana Santander
Soy Diana Santander de Gallardo saludándote desde el país de la mitad del mundo, mi lindo Ecuador. Por la gracia del Señor junto con mi esposo Geovanny y nuestros hijos Misael y Pablo, le servimos en la sierra centro con niños y jóvenes de extrema pobreza, y en mi caso particular en discipulado de mujeres. Mi vida con Cristo empezó dos semanas antes de cumplir 16 años, en el año 2000 en el patio de mi colegio secundario, después de que un grupo de jóvenes presentó una obra de teatro llamada “Renacidos para una esperanza viva”. Una misionera se acercó a mí y me hizo la siguiente pregunta: ¿Si tu murieras hoy irías al cielo o al infierno?, eso para mí fue desconcertante, pero reconocía que no había vivido una vida totalmente agradable a Dios, no necesitaba que nadie señalara mis imperfecciones, 100% reconocí mi condición de falible, y más que eso, de pecadora. Sentía un vacío en mi alma, una soledad muy profunda, y por eso fue tan alentador cuando ella recitó para mí Juan 3:16: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a Su único Hijo para que todo aquel que en Él crea no se pierda, mas tenga vida eterna”. ¡No lo podía creer! Dios me amaba a mí, no poquito, sino muchísimo, eso caló mi corazón tan profundo, era lo que yo más anhelaba, que alguien me amara, y ese alguien no era cualquiera, era DIOS MISMO, había entregado la vida de su Hijo por mí. Jesús había derramado Su sangre para lavar mi corazón y quitar mis pecados, y no solo murió, sino también resucitó y al estar VIVO me ofrecía vida eterna, una casa en el Cielo para vivir con el Padre por la eternidad. Cerré mis ojos y desde lo más profundo de mi ser le dije que lo recibía como mi Salvador. La misionera me leyó Juan 1:12 y mi corazón fue afirmado en haber nacido de nuevo como hija de Dios.
Esa preciosa misionera me invitó a su casa y me regaló una Biblia y semana tras semana teníamos nuestro tiempo de discipulado, ella me instruía y me aconsejaba, me regaló una fotocopia para que pudiera leer toda la Biblia en un año y el Nuevo Testamento 4 veces en el año, me repetía constantemente una frase que jamás olvido: “Dios tiene planes grandes para ti”, y soy testigo de que así ha sido.
Por eso mi pasión es invertir en la vida de otras mujeres porque sé bien que apacentar almas tiene trascendencia aquí y en la eternidad. Oro por tener un corazón compasivo como el que aquella misionera tuvo conmigo, pues gracias a eso hoy puedo contarte un ANTES DE CRISTO Y UN DESPUÉS DE CRISTO en mi vida.